miércoles, octubre 24, 2007

Carta para el hijo de mi amigo Bianfa

Se nos fue el Bianfa, el amigo y el compañero. Seguramente en estos días tristes, seremos muchos los que volcaremos en este espacio nuestros sentimientos. Estos son los de Claudio "El Turco" Cherep.
CARTA AL HIJO DE MI AMIGO BIANFA

Querido Nachito:

He estado muy cobarde. No he podido resistir a un abrazo tuyo en esa maldita sala de velatorio y me he echado a llorar como lo hacías vos cuando tu Viejo no podía llevarte a la cancha.

Una vez tu padre llegó a mi trabajo. (Te cuento algo, Nachito, que seguro empezarás a sentir no bien entres a tu adolescencia). Cuando se acerca una mujer caminando, se sienten irrefrenables deseos de mirarle las tetas. No es uno, son los ojos los que se dan vuelta solos. En cambio, si es un varón, le junamos el andar para ver si alguna vez ha pateado una pelota. Puro prejuicio, Nacho.

Aquella siesta el Papi llegó con zapatillas que, creo, eran All Stars, jeans gastados y una remera metida a desgano en un mondongo leve pero incipiente. Vos no habías nacido. Yo te confieso que pensé: “nunca jugó”. Y me equivoqué, claro, qué boludo. Me equivoqué como todo prejuicioso. En eso nos llevaba años luz, tu viejo, porque nunca se relacionaba con nadie desde el prejuicio.

Aquella vez de 1993 se le habían caído unos pelos arriba de la frente transpirada y me miró desde sus ojazos lechuzones (como lo dibuja siempre Miguel Rep) y se sonrió con franqueza. Tenía una carpeta como la que vos llevás a la escuela, pero estaba repleta de dibujos y garabatos. Tu papá eligió de allí un papel amarillo con un dibujo pequeño en el que había un hornero y un palo de la luz. “Siempre los escucho”, nos dijo, como suelen decir los oyentes a los que laburamos en la radio. Aquel día leímos ese relato de un pájaro que se había hecho hincha de Unión y yo me lo llevé a mi casa.

Después anduvimos rutas siempre parecidas, con cascotes, pero hechas avenidas a fuerza de empuje y tesón. Tu Viejo empujaba como Los Pumas. Pocas veces hemos visto un tipo que pusiera tanto empeño. Pero generalmente los que empujan lo hacen a renuncio del talento. No era el caso del Papi. Tenía tanto talento que cuando iba a los hoteles ocupaba dos hojas en donde decía “profesión”. Lechuza, Dibujante de pelados, Amigo, Coequiper de mis libros, Ilustrador, Cuentista para chicos, Preceptor, Esposo, Volante de creación, Tatengue, Humorista, Asador, Súper Watt, hijo, Rogelio ratón de clase media, Ecofigus, Padre, José Micrófono, Guionista, Cartelista, Escritor.

Yo le decía... ¿que ironía , no? Porque siempre ironizábamos con él. Sobre todos y sobre nosotros: “Hey, Bianfa, hay diez tipos esperando que te mueras para poder conseguir trabajo”. O: “Decíme la verdad, Lechuza: ¿Cuántos hombres has puesto en ese envase?” Y él se reía. Sabía, como todo tipo inteligente, reírse de sí mismo.

Pero volvamos al tesón. Cuando vos eras chico, tu Unión salió campeón con un montón de pibes que tenían unos pocos años más de los que vos tenés ahora. Tu viejo me pidió que le hiciera firmar una camiseta por Martín Mazzoni, héroe de aquellas jornadas irrepetibles. Yo, despelotado como tu viejo, me olvidé. Tuve mucho tiempo en un ropero esa prenda pequeña que cabía en un puño grueso. Pero él me insistió tanto que tuve que cumplir... dos años después. El Bianfa solo podía lograrlo. Él y su amor por vos y por Unión.

Hace algunos años supimos juntar la pasión por narrar y por dibujar con el fútbol. Te recuerdo de pequeño en la Feria del Libro, nosotros asustados y vos como si nada. Presentamos La Pulpo y 12 meses después Hambre de Gol y otra vez nos reímos y festejamos. Ahora miro los libros con algunas hojas amarillentas como el papel que tu Viejo me trajo un día y siento que le han arrancado varias hojas, y cuando le arrancan hojas a un libro de uno es como si le sacaran a un ser querido de a pedacitos; que así quedamos todos los que lo queríamos a tu Viejo.

Bueno, Nachito, nada. Seguro ahora te darán ganas de hablarle muchas cosas al Viejo. Si te parece, decíle Chau Bianfa, o Lechuza, que seguro se dará cuenta que estuviste conmigo, porque yo le digo así. Los que respetan la muerte escribirán por ahí que Fabián Magliano se fue un día a dibujar a otra parte y salidas de ocasión; dirán que fue esposo y buen padre, que no tenía enemigos y todo lo que se dice de los que se van. No le hagas caso a los que dicen tan bien, Nacho. Vos sonreíle y decíle Lechuza, de mi parte.

Ahora que está encajonado no lo voy a llamar de otra manera. Nos seguiremos cagando de risa de todo, estemos como estemos, que esa es la regla del que se la aguanta de verdad. Ah, y todas las veces que tu papá me haga falta me jugaré un picado, me iré a la cancha, me leeré ese cuento del papel amarillo, prenderé el fuego, pondré la mesa, me tomaré un tinto, miraré tetas y, si vos me lo permitís, Nachito, relojearé de vez en cuando tu crecer y tu sentir, hijo tatengue como el hornero del palo de la luz, para ver como se te hace brote la savia bonachona, talentosa y hacedora de tu viejo.

Hagamos un trato. Si yo lo veo antes -cosa probable ahora que empezamos una edad en la que algunos amigos empiezan a llenar los cementerios- y él me pregunta por vos, le diré: “Bien el pibe, Lechuza. Qué querés, si es igualito a vos...” Que no hay nada más lindo para un padre, Nacho. Y si vos le hablás, ya sabés, no le reproches que se ha ido así, sin avisar. Si siempre andaba apurado y buscando horizontes para hacer más. Solo recordále que se equivocó cuando pensó que había alcanzado el lugar que siempre buscó. No es así. A ese lugar se lo damos nosotros y es un lugar mucho más elevado que ese al que su humildad le hacía aspirar. Bien alto, Nachito. Hasta el cielo

El Turco

No hay comentarios.: