martes, enero 29, 2008

Nuevas formas de dependencia y censura

Reflexiones sobre las nuevas formas de dependencia y censura y el efecto sobre el estilo de comunicar. Del libro “Entre el deseo y la realidad” del Observatorio de Medios-UTPBA

(Por Nora Lafont).- Si un espectador ajeno a la realidad argentina se detuviera a observar la relevancia del periodismo escrito y audiovisual en la comunicación de información, la búsqueda de la verdad y la justicia, y su recientemente adquirido rol de fiscalizador de la república, absolutamente fascinado por la deslumbrante puesta en escena y el cuidado maquillaje, llegaría a la conclusión de estar frente a los medios y periodistas más capaces, mejor informados y con la mayor posibilidad de ejercer su oficio en absoluta libertad, aplicando en su tarea la responsabilidad social y la ética aprendida de sus mayores.
Nada más erróneo. Desde los años de plomo donde ser periodista se transformó en un ejercicio profesional sumamente peligroso con riesgo de desaparición y muerte, y salvo durante los primeros tiempos de la democracia, la práctica de la profesión se ha ido degradando significativamente con resultados alarmantes. Las empresas, acostumbradas durante la dictadura a transcribir los comunicados del secretario de prensa de las juntas militares, advirtieron que para el servilismo sólo era necesario contar con buenos cadetes.

Este fue el primer atentado contra la profesión: la práctica del devalúo profesional y por ende el salarial, hasta que, finalmente, concibieron la forma más sofisticada y perversa para limitar ingresos, mediocrizar el trabajo, cercenar los derechos sindicales y coartar la libre expresión: el multimedio.

La concentración de poder sintetizada en los multimedios trajo aparejada no sólo la llegada de empresarios advenedizos o grupos de inversión totalmente ajenos, que en muchos casos llevaron a la ruina proyectos exitosos y que redundaron en el desempleo de los trabajadores, sino también la violación de todos los convenios laborales: por ejemplo el de televisión, sancionado en 1975, sólo sigue vigente en el noticiero de Canal 7.

Pero hubo más y más grave. Las empresas exitosas, por empezar, iniciaron una práctica indecente: manipular la información para su propio beneficio económico, presionar a los gobiernos, establecer topes salariales en el mercado, tomar productores para radio y televisión con sueldos lamentables y no reconocer el rango de “aspirante de redacción” que tan bien contempla el estatuto del periodista para reemplazarlo por “pasantes” en los medios gráficos a quienes hasta han hecho firmar tapas. Y lo que es peor aún y más imperdonable: Obligar a los periodistas a declinar su derecho a expresarse libremente.

Nadie es tan suicida como para escribir o hablar mal de quien le da de comer, pero hemos llegado a extremos absolutamente lamentables como ocultar información porque perjudica tangencialmente al multimedio en cosas tan absolutamente disímiles en contenido e importancia como las medidas del ministerio de economía o el baile del caño.

Los periodistas radiales o televisivos son una suerte de “house organ” de los otros emprendimientos del multimedio. Los profesionales dedicados a la política, la economía o el sindicalismo son una suerte de espías de los medios para su empresa. Los dedicados a la cultura o el espectáculo sirven en primer lugar a los intereses, producciones y convenios preestablecidos.

Y así, por la puerta de atrás, se van perdiendo o confundiendo los roles. Se llenan la boca con la libertad de prensa y sólo persiguen y defienden la libertad empresaria.

Coquetean con los gobiernos para conseguir mejores créditos o pautas publicitarias oficiales y de esta manera han ido adiestrando, en las dos últimas décadas, a reconocidos profesionales, popes de la opinión pública, que de tanto ejecutar órdenes para modificar la realidad en beneficio de sus empleadores aprendieron la tarea y decidieron trabajar para sí mismos.

Muchos, a partir de los políticos o empresarios que conocieron empleados para otros, desarrollaron sus propios proyectos editoriales y, buenos alumnos ellos, aprovecharon para, a su vez, negrear sus contratados. Otros se convirtieron a la radio o a la televisión y se dedicaron a vender los “auspicios” de sus emprendimientos, con lo cual también vendieron su opinión. Es suficiente poner atención en quiénes apoyan cada uno de estos programas para deducir cuál será el patrón de contenidos de su conductor.

Con estos condimentos el panorama no es alentador. El modelo no es atractivo. Hay que trabajar en negro, en el mejor de los casos con contratos basura y, además, soportar que quienes no tienen la menor noción de lo que es el ejercicio libre, ético e idóneo de la profesión de periodista se arroguen el derecho de opinar sobre los contenidos de lo que se escribe o se comenta, porque tienen “la sartén por el mango y el mango también”, como tan pero tan bien calificó a estos ejecutivos María Elena Walsh.

Y aunque duela y en todo nuestro extenso y bello país haya muchos colegas que siguen cultivando a cualquier costo la dignidad, cabe la siguiente reflexión. En algún tiempo esta incomparable profesión era muy prestigiosa, con el tiempo se transformó en peligrosa y, desde fines de los 80, muchas veces, provoca vergüenza ajena. De todas maneras, para quienes la ejercen como se debe, es difícil vivir sin ella. Por eso, hay que defenderla y merecerla.

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